A veces cumplir con una meta puede resultar en un anticlímax. Pues, sí, después de tantos años de larga espera, llegamos a Australia. Y, bueno, aquí estamos y, por elección o convicción, aquí nos quedamos. Sin embargo, tal vez expectativas excesivamente altas, una transición que se está tornando demasiado larga o hasta un contexto bastante distinto a aquel en el que solemos desenvolvernos, han hecho que el tan esperado cambio no sea ni remotamente parecido al cambio que tanto teníamos previsto. No es del todo sorpresa que las cosas no salgan como esperamos pero nunca se puede dejar de ser optimista por más ingenuo que parezca serlo en determinada situación
Me recuerda un poco de una canción que se titulaba en inglés algo así como Felicidad en Kilovatios. Sin llegar al grado de pesimismo que abruma esa pieza, ni lamentarse por la situación en la que nosotros mismos nos hemos puesto, estamos comenzando una nueva etapa de nuestras vidas y tengo la certeza que ya pronto dejará de sentirse como una eterna transición. Pero como dice esa canción: "...con las cortinas adecuadas, la pintura adecuada y en el marco adecuado, tal vez esto pudiera realmente funcionar".
En todo caso, el futuro se lo forja uno mismo y si algo creo que medianamente me ha quedado de las carreras de largo aliento es que de los bajones se aprende y, luego, se logra disfrutar mejor de hasta los más ínfimos logros. Creo que sin algunos declives, los altos no se llegan a valorar tanto. ¿Será que estamos agarrando impulso?
Mayde me dio un sacudón y me dijo que si no íbamos a entrenar para algún evento mientras nos instalábamos, pues que ella iba a hacer el Maratón de Brisbane. Yo ya le había comentado que no quería volver a correr en asfalto por un buen tiempo. Pero ella, la lógica y sensata de este par, optó por ignorarme y comenzó a entrenar y, yo, a regañadientes, pues la seguí.
De repente, todo comenzó a tener sentido. Corríamos por una nueva ciudad y la conocíamos. Su vegetación, su río, sus puentes. Descubríamos un poquito de su carácter. Es ambiciosa pero al mismo tiempo le da como pena reclamar su lugar ante sus hermanas mayores. Es un pueblo con aspiraciones de ciudad grande y cualidades inmensas, pero conserva su humildad. Se tropieza con su propia historia pero da la sensación de que lo mejor debe de estar por venir.
Así, poco a poco, nos identificamos con ella. Los flamboyanes que tanto extrañábamos de Venezuela (sin dejar de pensar en el dicho/símil oriental de que la mujer es "como el flamboyán, después de que florece, echa vaina".) Su clima tropical. Aves parecidas a las nuestras mas no iguales (como la ibis de acá que nos parecía "descolorida"). La risa de la Kookaburra (¿Será que algún día dejará de infantilmente causarme gracia su nombre?). Nos dimos cuenta de que no se logra apreciar un sitio del todo hasta que se deja de comparar con otros lugares y se valora por sus propios rasgos.
Cada entrenamiento largo que hicimos constituyó una pequeña aventura, un leve descubrimiento. Y si bien nos salía patear el asfalto, pues en toda oportunidad algún aprendizaje quedó. Al fin de todo esto, resultó ser el mejor entrenamiento que hemos hecho para un maratón. A lo largo de esas 16 semanas de entrenamiento, Mayde llegó a hacer sus mejores tiempos en 5k, 10k y media maratón. Entrenamos fuerte y vaya que iba a ser necesario.
Nos enteramos que muchos corredores locales optan por hacer los maratones de Gold Coast o Sunshine Coast, en fechas cercanas, por ser estos más populares y en rutas menos quebradas. La ruta de éste pasaba por el histórico Story Bridge, al igual que otros dos puentes. ¡Es más, uno de ellos lo cruzaríamos dos veces!
Salimos juntos, pero sin tener la intención de correr la carrera al mismo ritmo. De los 4 maratones previos que hemos hecho juntos, en 3 de ellos Mayde me ha dejado atrás y estoy comenzando a creer que en el único que he llegado antes que ella, me dejó pasar para no desinflar mi ego.
A los pocos kilómetros miraba cómo Mayde se alejaba. Nos emparejamos al pasar el primer puente y de ahí seguimos juntos. Cuando corro un maratón siempre me enfoco en que nada debe doler durante la primera mitad; me concentro en que la carrera comienza en los 21k y que a partir del kilómetro 30 es que la cosa se pone buena. En este caso, lo planeado no valió nada.
¡Era el kilómetro 8 y ya tenía los quadriceps fritos! No decía nada porque veía a Mayde muy bien y no quería desanimarla con mis quejas. A pesar de las molestias, el paso se mantenía constante.
Como en el km 17, los competidores de la media maratón nos comienzan a pasar. Fue un buen ejercicio de autocontrol no aumentar el paso con ellos. Pasamos a pocos metros de la meta, pero justo ahí comenzaba la segunda vuelta para nosotros mientras que ellos terminaban.
Al cruzar el tercer puente, Mayde me dice que las piernas no le dan. ¡Y yo que tenía desde hace rato ganas de comenzar a quejarme! Conversamos un poco pero el paso seguía inexplicablemente igual. Yo juraba que en algún momento ella se iba a ir adelante o simplemente yo me iba a comenzar a quedar. ¡Luego, me confesaría que ella también estaba pensando lo mismo de mí!
Del km 25 hasta el km 35, bajamos el paso unos 5 a 10 segundos por kilómetro, nada grave en vista de las circunstancias. Al cruzar el puente final, oía a Mayde quejarse en la bajada. Ambos teníamos los quadriceps como bloques. Llegamos al retorno y prácticamente quedaba una recta de 3 kms, una subida de casi mil metros de largo y una vuelta de 1200 metros por el jardín botánico hasta la meta.
La adrenalina fluyó, las endorfinas se alborotaron y dejamos el resto. A pesar de todo el cansancio y la quejadera de ambos, fueron nuestros kilómetros más rápidos (o menos lentos) de toda la carrera. Mayde saca su bandera de Venezuela y nos acercamos a un arco desinflado, literalmente. A pesar de todo ello, no hubo anticlimax. Fue un gran momento para ambos. Algo que siempre recordaremos y valoraremos.
Cruzamos la meta juntos, sin así planificarlo y sin ninguno poder haber ido un paso más rápido que el otro. Me vino a la mente la cita de Greg Lemond que dice que "No se hace más fácil, sino simplemente vas más rápido". Nuevamente, por más ultramaratones que haya corrido, le debo mis respetos a la cruel distancia del maratón y al inclemente asfalto. Al fin de cuentas, fue una meta cumplida, nuestros mejores tiempos en la distancia y nuestro pequeño tributo a la ciudad que por los momentos nos esforzamos por llamar nuestro hogar.
La carrera para nosotros sigue y ahora es una de adaptación, crecimiento y continuo aprendizaje. Afortunadamente, tenemos lo más importante: felicidad y muchos más kilómetros por recorrer juntos.
Félix
P.D. Una versión "light" de Happiness by the Kilowatt.
So this is continuous happiness?
You know, I always imagined it something more
With the right drapes, the right paint, the right frames,
This could really work What a great day to spend indoors
So wake, wake up, wake, wake up
Where has all the day gone?
And why are my lungs aching when I breathe?
Is there something wrong with the heat? Why am I so cold? My heart feels sick, and it hurts when I speak
So wake, wake up, wake, wake up
Was this what we hoped for? Was this what we hoped for?
Voy a retomar este cuento antes de que se me olviden los detalles. ¡Ya no son quince primaveras, sino 40! Y, esta carrera era la forma de celebrar esas cuatro décadas o, por lo menos, ésa era la excusa. Además era una forma muy especial de despedirme de Nueva Zelanda, un sitio que rápidamente se sintió como nuestro hogar y que jamás olvidaré.
Nos dirigíamos al campamento base, luego de un primer día (3k carrera, 55k bici, 33k montaña) lleno de sorpresas, las cuales incluyen haber ido mejor de lo esperado en la bici y haber sufrido un poco más de lo previsto en la etapa de montaña. El balance, no obstante, es totalmente positivo ya que esto para mí tenía un significado más allá de lo deportivo.
Jack, el amigo que me hacía de apoyo, y yo fuimos donde nos esperaba Ferg (pues, nada más que Ian Ferguson) y su esposa, a quienes les había alquilado un kayac idéntico al mío para la carrera. Como comentaba en el cuento anterior, mi kayac y su indumentaria había ya salido en container hacia Australia, a donde nos mudaríamos un mes después.
Conversamos un poco; qué honor que un 5 veces medallista olímpico (4 de oro) le diera consejos a un novatón que posiblemente iba a pasar una buena parte del recorrido bajo el agua y no sobre el bote. Revisamos el material y me dijo que escogiera un casco. La esposa, no sé si era por mi cara de asustado o por las veinte mil preguntas que yo le hice a Ferg, me dijo: "Todo va a salir bien; elegiste el casco de nuestro hijo". Bonito gesto.
En fin, regresamos con las chicas, cenamos y aparté todo lo que necesitaría para la mañana siguiente. Repasamos la rutina, tanto la del equipo de apoyo como la mía. Las etapas en este segundo día serían 15 km de ciclismo de ruta, 67 km de kayac y 70 km otra vez en la bici. La logística era la siguiente: el equipo de apoyo levantaba campamento (salvo por mi carpa y saco de dormir) y se iba a las 5 am a hacer el chequeo de los kayacs y agarrar un puesto cerca del río donde sería la transición kayac-bici.
La noche pasó sin novedades, salvo por los repetidos ataques de los kea, la cotorra alpina endémica de Nueva Zelanda. Todo aquello que quedó fuera de la carpa fue objeto de abuso de estos loros que llegan a medir medio metro y pesar hasta un kilo.
Su nombre es una cuestión onomatopéyica. Pues, así es su canto. Sin embargo, los locales dicen que más bien suena como "caos" y, aunque es una preciosa ave en vuelo y a la vista, esa noche hizo lo suyo. La mañana siguiente había prendas de competidores rasgadas, indumentaria desaparecida y basura regada por todos lados.
Despertamos y cada quien fue directo a lo suyo. Jack, Bridget y Mayde se trasladaron a la zona de transición del kayac para hacer la revisión obligatoria de material. Yo me uniformé y me metí de vuelta a la carpa. La carrera saldría en unas 3 horas así que desayuné bien y me acosté a dormir otra vez. Estaba realmente feliz; no podía creer que se estaba cumpliendo un sueño y todo estaba marchando tan bien. No obstante, trataba de no sentirme demasiado satisfecho y confiado porque apenas estaba a mitad de camino y lo más incierto estaba por venir.
Al rato me dio algo de frío y pensé en qué más podía ponerme encima. Ya se habían llevado todo menos la bici. Dentro de la carpa, tenía el sleeping y vestía el uniforme...tal vez me pongo el peto de la carrera. El peto tiene el número del competidor por delante y por detrás y obviamente la publicidad de Speight's, la cerveza que patrocina esta carrera. También indica si vas en equipo o eres individual y si estás participando en la carrera de un día o la de dós. Tal vez no abrigue mucho, pero es una capa más. Además, es material obligatorio.
"¡Keas de mierda!" fue lo primero que me vino a la cabeza. No aparecía. Busqué por todos lados. ¿Y ahora? Paré a unos 3 ó 4 carros que iban saliendo del campamento base. Les pedí que ubicaran a mi equipo de apoyo. No tenía cómo comunicarme con ellos. No había recepción telefónica y, una vez en el río, no podían salir porque hay una sola vía de tránsito hacia donde yo estaba.
Me fui directo al sitio de salida de este segundo día de competencia. Hablé con el encargado de esa área y me dijo que no podía salir así porque el peto, como dije antes, era material obligatorio. Luego, confirmó por radio, y me dijo que podía hacer la etapa de bici pero si no aparecía el peto, con plena certeza no iba poder entrar al agua.
Di vueltas y vueltas, pasé frío caminando como loco de un lado a otro. Hasta que finalmente, resignado, me dispuse a recoger la carpa. Ya sólo faltaban 30 minutos para la salida. Iba a salir así, ni modo.
No he sacado la primera estaca de la carpa cuando llega un carro a la distancia, a toda velocidad y levantando polvo por todos lados. Conforme se acerca veo que es un carro de la organización y ¡viene directamente hacia mí!
Se baja Jack, posiblemente con la misma cara de estresado que yo. Al momento, compaginados, soltamos la carcajada y nos abrazamos. Resulta que llegaron de primeros al río para el escrutinio de material. Allá estaban con el oficial de carrera: "Casco aprobado por la autoridad náutica..." (sí), "kayac" (sí), "cubrebañeras" (sí)", "primeros auxilios" (sí), "ropa térmica" (sí)... "¿Peto?"..."¿Qué carajo hace el peto aquí?". Al darse cuenta, incomunicados conmigo e imposibilitados de moverse por las circunstancias que indiqué antes, terminaron el escrutinio obligatorio y deben de haber fastidiado tanto al oficial que éste mismo, tan pronto bajó el volumen de competidores haciendo el chequeo, llevó a Jack personalmente, en contraflujo, unos 15 km para darme esa prenda obligatoria.
¡Listo, a competir!
Hora de partida. A todas estas no he logrado recobrar el calor corporal y estoy tiembla que tiembla. Salimos en bici por orden numérico en grupos de 10 competidores y con diferencia de 30 segundos. Veo a uno de los que rodó en el pelotón conmigo ayer. Y como que a la distancia nos saludamos y acordamos, en ese momento y sin mediar palabra, que íbamos a trabajar juntos.
Finalmente, salimos con un grupo de gente de la que no me recordaba y al rato, el par más rápido se fue adelante, y quedé sólo hasta alcanzar a unos adelante y gradualmente se fue formando un pelotón más grande. Algunas subidas y bajadas, algunos tropiezos sin mayor consecuencia. Posiblemente, más nervios en el pelotón que el día anterior. Yo no me sentía del todo metido en carrera y quería llegar lo antes posible al kayac y salir de una vez por todas a remar y encarar de buena vez lo más incierto.
Y es que era significativa y razonable la incertidumbre. Yo no había remado en aguas blancas más que los dos días del curso de certificación en rápidos y, aunque había mejorado un mundo la técnica de paleada y la eficiencia en el bote, mi entrenamiento no había sido en ríos. Ya el día previo, durante la sección de carrera de montaña y luego de perderme varias veces y pasar trabajo en los cruces de río, me había dado cuenta de lo importante que era la especificidad en esta carrera.
Llegamos al punto de desmonte. Había que correr casi un kilómetro en tierra y cruzar un puente para dejar la bici y llegar a la zona de transición en el río. Había gente corriendo descalzos o en medias, otros con los zapatos de ruta (afortunadamente yo andaba con los de la montañera), otros que se llevaron los de goma en el maillot y se sentaban en el piso a cambiarse.
La transición fue nuevamente impecable, gracias a mi equipo de apoyo. Comí, me disfracé de kayaquista y salí a remar 67 kilómetros río abajo. Luego me contaría Mayde que, a diferencia de las demás transiciones, yo no andaba con muy buenos ánimos. Creo que, luego del drama con el peto y una etapa de ciclismo no tan fluida, lo que quería era salir a remar de una buena vez. Jack luchó un poco con la cubrebañeras alquilada. Como era nueva, no estaba lo suficientemente estirada y costaba un mundo colocarla.
Mucho tráfico al salir y, debido a la poca lluvia de las últimas semanas, el nivel del río estaba bastante bajo. Como a un par de kilómetros, comienza a haber mayor flujo pero se cierran los espacios para transitar. Se pone otro competidor a mi lado izquierdo y comenzamos a chocar remos. Se nos va acortando el espacio y le grito que reme hacia su izquierda porque íbamos a terminar en las rocas. Grité en vano y en cuestión de segundos, estábamos encallados. Habíamos girado 90 grados. Él tuvo que bajarse de su bote para sacarlo de las rocas y enderezarlo y yo tuve la "suerte" de que otro que venía a plena velocidad chocó con la punta de mi bote conforme yo iba alejándome de las rocas y me puso nuevamente en el curso del río.
Comenzaron los rápidos. Como era de esperarse, muchos competidores se voltearon. Suele pasar en esta carrera que hay personas que reman en botes veloces que no dominan del todo bien y terminan pasando mucho tiempo haciendo autorescates. También pasé gente con botes estables como el mío, pero que de igual forma habían logrado voltearse. Hasta vi un bote boca abajo, alojado en una roca a mitad del río y al respectivo competidor sentado en la orilla con las manos en el casco.
No es coincidencia que "Waimakiriri" se traduce del Maorí como Río de Agua Fría y ¡eso es exactamente lo que és! No era consuelo estar en verano porque, aunque el frío afuera no era excesivo, el calor causaba mayor deshielo y alimentaba así el río y hacía aún más honor a su nombre. Pronto lo comprobaría en piel propia.
Uno de los rápidos me sacudió, me puse totalmente de lado y parecía que ya era inevitable que entrara al agua. Pero tuve la suerte de que, ya de lado y prácticamente bajo el agua, la mano me chocó con el casco y se frenó ahí; como no había soltado la pala, pude aprovechar esa posición para hacer palanca y empujar en sentido contrario y ponerme vertical nuevamente, algo así como un giro esquimal, pero a medias.
(Un video que conseguí de una edición previa. Lo bueno comienza a los 2:00).
Seguí río abajo. Como en la sección de montaña el día anterior, hoy tampoco me iba bien al "leer" e interpretar la ruta. El Waimakiriri es un río trenzado y las opciones de vía son múltiples. Pensé, ingenuamente, que sería cuestión fácil y sólo me bastaba con aplicar el sentido común. Pero ya montado en bote, no se me hizo nada fácil. Opté por ir detrás de un grupo que, aparentemente, sabía lo que hacía.
Comencé a sentirme más seguro y apresurar el paso. Alcancé a otro grupo y me sentía bien. El color del agua, los acantilados, los paisajes...todo era impresionante, mejor de lo que me había imaginado o visto en videos y fotos.
Decidí que ya era hora de ir en búsqueda de otro grupo y traté de pasar al pelotón acuático con el que iba. Sin embargo, la ruta se me hizo corta y no iba a poder terminar de pasar antes de otra serie de rápidos. Me pareció ver una opción por la derecha, cerca de los acantilados, y la inexperiencia, impaciencia y arrogancia, las pagué caro. Mi opción me sacó del camino y me llevaba directamente hacia los acantilados. No lograba controlar el bote y choqué de lado contra una gran roca y al agua fui a dar.
En el agua, afortunadamente, pude agarrar el kayac y la pala antes de que se me fueran río abajo. Traté de nadar hacia la orilla del lado izquierdo pero estaba muy lejos y se aproximaba una serie de rápidos más adelante. Así que me fui hacia el lado del acantilado. ¡No había orilla ni piedras sobresalientes!
Seguía río abajo y rumbo a los rápidos. Como pude, me agarré de un pequeño borde. Me pude salir del agua helada y poner las puntas de los pies sobre una especie de terraza, pero estaba de espaldas y no había espacio para voltearme. No sé cómo hice, pero logré sacarle el agua al bote y montarme.
Pero iba río abajo y de espaldas. La cubrebañeras, como temía, estaba demasiado ajustada. Si al salir a esta etapa, nos había costado un mundo ponerla entre dos personas, no veía como ahora, temblando del frío y con cansancio acumulado, iba a poder lograrlo antes de llegar a los siguientes rápidos. Tal vez, en retrospectiva, dramatice un poco el asunto, pero siento que finalmente encajó y logré dar la primera palada en el mismo instante en el que entré al rápido. Adrenalina a millón.
Era el kilómetro 42, según el Garmin, y todavía faltaba un buen trayecto. El resto de la remada no tuvo mayor novedad. Creo que voltearme me dio un poquito más de confianza, irónicamente.
Llegué a la zona de transición, feliz de haber terminado esta etapa. Veo al equipo de apoyo en la orilla. Al encallar el bote, un carajo que parecía jugador de Rugby me saca del kayac de un solo jalón, al extremo que me quedan las piernas flotando en el aire.
Mayde corre conmigo hacia la loma donde estaba la bici. Sólo quedan 70 km de ciclismo. Lo único que sé de la ruta del ciclismo es que suele haber bastante brisa en contra y que es relativamente plana.
La primera media hora ando solo. Paso a unos 2 ó 3 ciclistas pero van a un ritmo distinto; hay familias a lo largo de la carretera haciendo parrillas o simplemente animando. Justo cuando me estaba autocongratulando por mantener un buen paso a pesar de tener el viento en contra, me pasa un ciclista a muy buena velocidad y me grita (traducido al español de Venezuela): "¡Pégate si puedes!"
Así fue. A los minutos, ya cuando estoy estable con el nuevo paso, me le pongo al lado y le digo que es una máquina y que si me le pongo en frente lo voy a frenar, pero que igual lo iba a intentar. Me responde que él está haciendo la carrera en equipo y que yo ya había hecho el trabajo. "Just hold on as long as you can and enjoy the ride!"
Pasaron 10km, 20 km, 30 km, 40 km y ahí seguía. En la pantorilla el amigo lucía un tatuaje del Ironman de Kona, el campeonato mundial, y al menos tres años distintos tatuados. Por mi lado, lucía mi gran lipa, cero tatuajes ni victorias y más bien luchaba a duras penas por seguir a rueda. A veces pensaba: "Hasta aquí llegué; este pana me va a fundir" pero seguía ahí a unos 6 ó 7 kilómetros por hora más rápido que cuando estaba solo y más o menos con las mismas pulsaciones.
Comenzamos a atravesar Christchurch. La policía está en los cruces y semáforos asegurándose de darnos paso y parar el tráfico. Sin embargo, nos paran en un semáforo y, cuando arrancamos, pierdo la rueda. Veo a este pana ahí mismo; aprieto pero ya no me queda nada. Dos días de carrera pasan factura y no tengo aceleración. Lo veo cerca, pero no logro cerrar la brecha.
Al rato alcanzo a dos ciclistas más. Trato de organizar para que trabajemos juntos a pesar de ser de la misma categoría, pero se niegan a pasarme o turnarse al frente. ¿Será que no saben que si los 3 trabajamos juntos llegamos más rápido? Ellos se quedan contentos a mi rueda.
Vemos los letreros que dicen "Sumner". Ahí está, finalmente, la otra costa, la costa este de Nueva Zelanda. Uno de los chamos se digna a pasar y apretamos el paso. Finalmente, sin saber exactamente a cuánto está la llegada, lo dejo ir. Pero resulta que la llegada está ahí mismo.
Suelto la bici y corro unos metros por la arena. Me reciben Steve Gurney, 9 veces ganador de esta carrera y Robin Judkins, quien organiza esta iconica carrera desde hace 29 años. El narrador dice mi nombre y país. "Venezuela? We've never had anyone from Venezuela before!"
El día anterior salí desde la costa oeste y luego de correr un poco, remar otro tanto y rodar por aquí y por allá, llegué a la costa este de este precioso país. Se acabó esta gran experiencia y deja un inmenso aprendizaje.
(243 kilómetros después)
Era un sueño cumplido y el fin de una etapa de mi vida. Mayde y yo recorreríamos Nueva Zelanda un mes más. Y, luego, cruzaríamos el charco hacia Australia para echar raíces y es desde Brisbane donde escribo este relato antes de que se me olviden los detalles.
Se pasa esta página, pero el libro queda abierto. Luego de lograr un poco de estabilidad en este nuevo destino decidiremos qué nueva aventura emprender. Por aquí sobran. Sin embargo, el reto más grande ahora poco tiene que ver con los deportes. Nos toca reajustarnos, adaptarnos y posiblemente reinventarnos. Comenzar de nuevo...Otra vez.
Han pasado varios meses desde la última entrada; tal vez demasiados. A veces me parece bastante trivial escribir acerca de paseos, carreras y mis supuestamente grandes aventuras cuando a mi alrededor suceden cosas realmente transcendentes y cuando en mi país ocurren cosas impensables.
Pero de la misma forma en la que buscaba espacios de distracción cuando vivía allá, los cuales cada vez se iban recortando, pues seguiré echando algún cuento sin mucha relevancia y con poca seriedad, pero con ánimos de compartir cualquier tontería y dejar algún rastro en esta bitácora virtual.
Hoy escribo desde Australia. Después de cuantioso papeleo, abundante trajín y una excesivamente larga espera, es aquí dónde echaremos raíces. Nueva Zelanda nos trajo experiencias inolvidables y amistades que resistirán el tiempo y la distancia. Fue un año y medio que dejó un enorme aprendizaje y ha servido como una buena transición que facilita la adaptación ahora en nuestro nuevo destino.
Antes de marcharnos, y desde la última entrada en el blog, pudimos cumplir tres metas en NZ. La primera fue un Medio Ironman oficial que hizo Mayde, en el que bajó 20 minutos su mejor tiempo previo en esa distancia.
La segunda fue la Coast to Coast; era una carrera con la que tenía años soñando y sobre la cual echo el cuento a continuación. La carrera abarca 243 kilómetros y recorre la Isla Sur de extremo a extremo, desde la costa oeste (Mar de Tasmania) hasta la costa este (Océano Pacífico). La categoría élite compite en lo que sería el campeonato mundial de Multisport y hace el recorrido en un solo día, mientras que los mortales echamos una buena siesta a mitad del asunto para luego seguir al día siguiente. En un día o dos, todos tendríamos que hacer un montón de etapas: 3 km de trote, 55 km de ciclismo de ruta, 33 km de carrera de montaña, 15 km de ciclismo de ruta, 67 km de kayac en rápidos y 70 km de ciclismo de ruta.
Mi intención original era participar en la carrera de 1 día porque era la que inicialmente había visto. Además, alguien tendría que llegar de último y yo quería postularme. Pero, finalmente, tuve que tomar la decisión de participar en la de 2 días. La razón principal fue mi poca habilidad en el kayac. Nunca había remado en rápidos y el bote que había comprado me daba estabilidad pero no me iba a permitir, por más destrezas que adquiriera, librar el corte de tiempo en río.
Finalmente, después de la carrera y como gran despedida de ese increíble país, recorrimos la Isla Sur de Nueva Zelanda durante unos 35 días (fotos aquí) y de ese viaje hay material para una o más entradas adicionales.
Antes de la carrera:
Salimos de Auckland en la Isla Norte el mismo día que entregábamos el apartamento, mandábamos nuestras pertenencias en barco para Australia y hacíamos nuestro último día de preaviso. Esa misma tarde, metimos lo que pudimos en el carro y rodamos hasta el primer campamento que conseguimos antes del anochecer. Lo importante, creo yo, era salir de Auckland ese mismo día y comenzar la aventura. En ese momento, no tenía cabeza para pensar en carrera alguna. Sin casa ni trabajo y con la mayoría de nuestro reducido inventario de pertenencias en el carro, nos lanzábamos a la aventura más incierta de nuestras vidas. Como nómadas, nos mudaríamos de país nuevamente al final de todo este cuento. Nunca habíamos estado en una situación tan precaria o probablemente inestable, pero nos sentíamos con ánimos de afrontar prácticamente lo que se nos presentara.
Unos 3 ó 4 días más tarde, llegamos al campamento de la carrera en Kumara. Se respiraba un buen ambiente. Impostores como yo se codeaban con leyendas de las carreras de aventura y atletas reconocidos nacional e internacionalmente. También estaba la gente con la que aprendí a remar y hasta algunos compañeros ocasionales de entrenamiento.
Montamos la carpa entre un argentino que vive en NZ desde hace 20 años y el grupo de Jared, un amigo que inicialmente iba a hacer la carrera en equipo pero su compañero se lesionó entrenando y lo desafío a hacerla en solitario.
Luego llegaron Bridget y Jack, una muy joven pareja que se había ofrecido como equipo de apoyo. Yo trabajaba con él y, aunque éste conocía poco sobre este tipo de carreras, yo sabía que iba a tener un papel fundamental en esta aventura y era alguien en quien podía confiar. Bridget es una corredora a nivel universitario, de las mejores de ese país, cuyo tiempo en los 10 km es casi 10 minutos más rápido que el mío. Mayde, como siempre a mi lado, sería la pieza clave del team con su experiencia en carreras y por conocer mejor que nadie al loco que iba a participar. Además, como el patrocinante era Speight's, una cervecería local importante, tanto los atletas como su equipo de apoyo tenían acceso ilimitado a sus productos durante el evento. ¡Un buen incentivo!
Primer día:
Levantamos campamento y me despedí del equipo de apoyo; para ellos también iba a ser un largo día. Nos veríamos nuevamente al inicio de la sección de "trail running". Junto a mi vecino Jared, salí del campamento en bicicleta. A un par de kilómetros del campamento, dejamos las bicis y seguimos a pie hacia la playa Kumara, costa oeste de Nueva Zelanda.
Frente al Mar de Tasmania, el ambiente entre corredores era tranquilo. Creo que el estoicismo es una de las características innatas de los neozelandeses. Nada de estridentes himnos ni delirios de grandeza. Esto no era la UTMB. Sólo éramos algunos personajes con déficit de atención en materia deportiva o trastorno de personalidad múltiple atléticamente hablando con un par de largas jornadas por delante. Sin embargo, había más de 20 nacionalidades distintas. Es más, por primera vez, hasta un venezolano había. ¡Qué responsabilidad!
Nos ubicamos en nuestros respectivos grupos numéricamente y, sin que el organizador dijera mucho, aparte de desearnos buena suerte y pedirnos que nos cuidáramos, se dio la partida.
Con Jared, minutos antes de la salida.
1era etapa: 3km de carrera por asfalto.
La estrategia para mí era sencilla. No fijarme mucho en lo que hicieran los demás y correr a un ritmo no más rápido que el de una media maratón. Si iba a hacer algún esfuerzo grande, éste sería en la bicicleta para alcanzar algún pelotón.
2da etapa: 55km de ciclismo de ruta.
Llegué sin mucho agite a la transición. Gente saliendo por todos lados. Ciclistas pasaban por detrás mientras que corredores se atravesaban en búsqueda de sus bicis. Me cambié de zapatos y salí de ahí lo más rápido que pude para tratar de juntarme con un buen grupo.
A los pocos minutos formamos un grupo de 5 ciclistas, cada uno tomando turnos de no más de 30 segundos. No mediábamos palabra, pero había un trato tácito y un trabajo por hacer. En menos de 15 minutos alcanzamos a un gran pelotón y ahí nos quedamos.
Pacientemente esperaba que me llegara mi turno de ir al frente, pero éste nunca llegó. Más bien me quedé sentado a mitad de este gigantesco grupo a un paso un poco más fuerte de lo deseado, preguntándome si tal vez me había ido con un grupo superior a mi capacidad.
No hay duda que rodar en pelotón tiene sus beneficios. Prácticamente no sentí la subida y, antes de lo esperado, llegaba a la siguiente transición.
3ra etapa: 33km de carrera de montaña.
Apenas llegué a la transición vi a Bridget, quien se llevó mi bicicleta. Jack me agarró por el maillot y me llevó donde estaba Mayde, quien me dio de comer y me ayudó con los zapatos y me colocó el bolso con el material obligatorio. ¡Qué buena transición! Me quería quedar felicitándolos y echando cuentos, pero había mucho camino por recorrer. Luego me contarían que la zona de transición fue un caos, con gente cayéndose a gritos, corredores extraviados y bicicletas e indumentaria regadas por doquier. Ni cuenta me di.
Comencé tranquilo. Sabía que había entrenado diligentemente la carrera y que estaba corriendo mejor que nunca. Pensaba que tal vez ésta iba a ser mi mejor etapa y calculaba unas 6 horas para este tramo.
Había varios factores que tomar en cuenta: la ruta es sumamente técnica, no está marcada, hay cruces de río bastante altos (creo que son 23 en total) y hay posibilidades de perderse.
Los primeros 2 km son por senderos nada técnicos. Veo el primer río, más o menos defino por dónde iba a cruzar y me lanzo al agua. Al pegar los primeros brincos entre piedras y con algo de corriente, me da un fuerte calambre en el isquiotibial. Tremendo inicio, pensaba, estoy acalambrado en medio de un río y con agua hasta la cintura. Medio salí de ahí y estire un poco. Lo más probable es que haya sido el cambio de disciplina o el contacto con el agua fría. Afortunadamente, fue la única vez que tuve que lidiar con calambres.
Es muy emocionante ir brincando entre piedras y luchando por conseguir la mejor pisada y mantener la velocidad en terreno terriblemente inestable. Sin embargo, es una actividad que a mí me pone anaeróbico en cuestión de segundos. Bajé el paso un poco y comencé a tratar de seguir a los demás participantes. Había de todo. Unos que iban flotando como si el terreno no les afectara y otros que hasta peor que yo se veían.
Era en los cruces de río en los que perdía más tiempo y me pasaba más gente. Comencé a poner más cuidado en la pisada y enfocarme en la técnica. ¡Iba mejorando poco a poco! Estaba disfrutando un montón y hasta me auto-congratulaba, "ya no me pasa nadie" pensaba; hasta que me di cuenta de que estaba totalmente solo. Resulta que por andar viendo la pisada, seguí por el cauce del río sin ver el cruce. A devolverme, ni modo.
Una de las estrategias que sí funciono fue llevar poca agua y beber de los ríos con un termo vacío que tenía a la mano. Así que, en vez de probar cuán rápido podía hacer cada cruce, lo tomaba como una oportunidad para hidratarme.
En una de las secciones llamada "Boulders" por sus enormes rocas, me lancé río arriba tratando de seguir al competidor que tenía adelante. Subíamos, escalábamos y prácticamente gateábamos hasta que miramos hacia un costado y vimos a varios de los competidores que habíamos pasado en secciones previas trotando felizmente por un sendero paralelo. "Another Aucklander, eh?" me dice el pana. "Sort of" le contesto. Nada como saberse la ruta.
Más adelante me encuentro con Rob, quien es el dueño de la tienda donde compré el kayac. Este año decidió competir en equipo y sólo iba a hacer el trote y la última rodada. Me dijo que iba bien y que una vez que llegara a la cima, sólo me faltarían 2 horas. ¿Que?! Yo juraba que lo que faltaba desde ese punto era 10 km de bajada o una hora en el peor de los casos.
Comencé la subida y se me hizo rápida. La mítica Goat's Pass. La había visto tantas veces en videos y fotos. Hoy la cruzaba. Endorfinas a millón. Faltaba mucha carrera y no estaba yendo tan bien como esperaba en la parte de montaña por falta de técnica, pero estaba feliz.
La bajada no tuvo mucho relevante. Terreno lento y técnico, más cruces de río y más piedras. Me volví a perder. Regresé al cruce y no veía camino obvio. Esperé a otro competidor y me resigné a seguirlo. Veía gente muy golpeada y muchas torceduras de tobillo. Finalmente, llegamos como a una planicie de piedras y de ahí a la meta. Me recibe Steve Gurney, 9 veces campeón de esta carrera. Me da una cerveza y le cuento que a los 2 días de llegar de Venezuela a NZ en octubre de 2011 me lo conseguí en la calle y le dije que quería hacer esta carrera algún día. ¡Pues ese día llegó un par de años antes de lo esperado! La primera jornada terminaba en poco más de siete horas y media.
El equipo de apoyo me esperaba con cerveza y comida. Del tiro me tomé unas 4 cervezas (2 más de las que suelo aguantar) y estaba tan prendido que me tambaleaba al caminar. Pasé al grupo con el que entrenaba kayac y no sé si me miraban con disgusto, asombro o complicidad.
Nos fuimos al campamento. Yo estaba contento pero en el fondo sabía que la limitante fue la técnica más que las condiciones físicas. Hice 5:42 en esa etapa, mejor de lo previsto, pero con un leve sabor amargo. Durante los meses de entrenamiento, me enfoqué mucho en mejorar las condiciones y, gracias a cierta consistencia y mejor alimentación, lo logré...pero para esta ruta se requiere especificidad. Tenía que haber entrenado en terreno similar.
Ahora sólo quedaba comer bien y descansar. Apenas estaba a mitad de camino. El día siguiente tendría que hacer, entre otras cosas, el tramo que más respetaba: kayac en aguas bravas.