Voy a retomar este cuento antes de que se me olviden los detalles. ¡Ya no son quince primaveras, sino 40! Y, esta carrera era la forma de celebrar esas cuatro décadas o, por lo menos, ésa era la excusa. Además era una forma muy especial de despedirme de Nueva Zelanda, un sitio que rápidamente se sintió como nuestro hogar y que jamás olvidaré.
Nos dirigíamos al campamento base, luego de un primer día (3k carrera, 55k bici, 33k montaña) lleno de sorpresas, las cuales incluyen haber ido mejor de lo esperado en la bici y haber sufrido un poco más de lo previsto en la etapa de montaña. El balance, no obstante, es totalmente positivo ya que esto para mí tenía un significado más allá de lo deportivo.
Jack, el amigo que me hacía de apoyo, y yo fuimos donde nos esperaba Ferg (pues, nada más que Ian Ferguson) y su esposa, a quienes les había alquilado un kayac idéntico al mío para la carrera. Como comentaba en el cuento anterior, mi kayac y su indumentaria había ya salido en container hacia Australia, a donde nos mudaríamos un mes después.
Conversamos un poco; qué honor que un 5 veces medallista olímpico (4 de oro) le diera consejos a un novatón que posiblemente iba a pasar una buena parte del recorrido bajo el agua y no sobre el bote. Revisamos el material y me dijo que escogiera un casco. La esposa, no sé si era por mi cara de asustado o por las veinte mil preguntas que yo le hice a Ferg, me dijo: "Todo va a salir bien; elegiste el casco de nuestro hijo". Bonito gesto.
En fin, regresamos con las chicas, cenamos y aparté todo lo que necesitaría para la mañana siguiente. Repasamos la rutina, tanto la del equipo de apoyo como la mía. Las etapas en este segundo día serían 15 km de ciclismo de ruta, 67 km de kayac y 70 km otra vez en la bici. La logística era la siguiente: el equipo de apoyo levantaba campamento (salvo por mi carpa y saco de dormir) y se iba a las 5 am a hacer el chequeo de los kayacs y agarrar un puesto cerca del río donde sería la transición kayac-bici.
La noche pasó sin novedades, salvo por los repetidos ataques de los kea, la cotorra alpina endémica de Nueva Zelanda. Todo aquello que quedó fuera de la carpa fue objeto de abuso de estos loros que llegan a medir medio metro y pesar hasta un kilo.
Su nombre es una cuestión onomatopéyica. Pues, así es su canto. Sin embargo, los locales dicen que más bien suena como "caos" y, aunque es una preciosa ave en vuelo y a la vista, esa noche hizo lo suyo. La mañana siguiente había prendas de competidores rasgadas, indumentaria desaparecida y basura regada por todos lados.
Despertamos y cada quien fue directo a lo suyo. Jack, Bridget y Mayde se trasladaron a la zona de transición del kayac para hacer la revisión obligatoria de material. Yo me uniformé y me metí de vuelta a la carpa. La carrera saldría en unas 3 horas así que desayuné bien y me acosté a dormir otra vez. Estaba realmente feliz; no podía creer que se estaba cumpliendo un sueño y todo estaba marchando tan bien. No obstante, trataba de no sentirme demasiado satisfecho y confiado porque apenas estaba a mitad de camino y lo más incierto estaba por venir.
Al rato me dio algo de frío y pensé en qué más podía ponerme encima. Ya se habían llevado todo menos la bici. Dentro de la carpa, tenía el sleeping y vestía el uniforme...tal vez me pongo el peto de la carrera. El peto tiene el número del competidor por delante y por detrás y obviamente la publicidad de Speight's, la cerveza que patrocina esta carrera. También indica si vas en equipo o eres individual y si estás participando en la carrera de un día o la de dós. Tal vez no abrigue mucho, pero es una capa más. Además, es material obligatorio.
"¡Keas de mierda!" fue lo primero que me vino a la cabeza. No aparecía. Busqué por todos lados. ¿Y ahora? Paré a unos 3 ó 4 carros que iban saliendo del campamento base. Les pedí que ubicaran a mi equipo de apoyo. No tenía cómo comunicarme con ellos. No había recepción telefónica y, una vez en el río, no podían salir porque hay una sola vía de tránsito hacia donde yo estaba.
Me fui directo al sitio de salida de este segundo día de competencia. Hablé con el encargado de esa área y me dijo que no podía salir así porque el peto, como dije antes, era material obligatorio. Luego, confirmó por radio, y me dijo que podía hacer la etapa de bici pero si no aparecía el peto, con plena certeza no iba poder entrar al agua.
Di vueltas y vueltas, pasé frío caminando como loco de un lado a otro. Hasta que finalmente, resignado, me dispuse a recoger la carpa. Ya sólo faltaban 30 minutos para la salida. Iba a salir así, ni modo.
No he sacado la primera estaca de la carpa cuando llega un carro a la distancia, a toda velocidad y levantando polvo por todos lados. Conforme se acerca veo que es un carro de la organización y ¡viene directamente hacia mí!
Se baja Jack, posiblemente con la misma cara de estresado que yo. Al momento, compaginados, soltamos la carcajada y nos abrazamos. Resulta que llegaron de primeros al río para el escrutinio de material. Allá estaban con el oficial de carrera: "Casco aprobado por la autoridad náutica..." (sí), "kayac" (sí), "cubrebañeras" (sí)", "primeros auxilios" (sí), "ropa térmica" (sí)... "¿Peto?"..."¿Qué carajo hace el peto aquí?". Al darse cuenta, incomunicados conmigo e imposibilitados de moverse por las circunstancias que indiqué antes, terminaron el escrutinio obligatorio y deben de haber fastidiado tanto al oficial que éste mismo, tan pronto bajó el volumen de competidores haciendo el chequeo, llevó a Jack personalmente, en contraflujo, unos 15 km para darme esa prenda obligatoria.
¡Listo, a competir!
¡Listo, a competir!
Hora de partida. A todas estas no he logrado recobrar el calor corporal y estoy tiembla que tiembla. Salimos en bici por orden numérico en grupos de 10 competidores y con diferencia de 30 segundos. Veo a uno de los que rodó en el pelotón conmigo ayer. Y como que a la distancia nos saludamos y acordamos, en ese momento y sin mediar palabra, que íbamos a trabajar juntos.
Finalmente, salimos con un grupo de gente de la que no me recordaba y al rato, el par más rápido se fue adelante, y quedé sólo hasta alcanzar a unos adelante y gradualmente se fue formando un pelotón más grande. Algunas subidas y bajadas, algunos tropiezos sin mayor consecuencia. Posiblemente, más nervios en el pelotón que el día anterior. Yo no me sentía del todo metido en carrera y quería llegar lo antes posible al kayac y salir de una vez por todas a remar y encarar de buena vez lo más incierto.
Y es que era significativa y razonable la incertidumbre. Yo no había remado en aguas blancas más que los dos días del curso de certificación en rápidos y, aunque había mejorado un mundo la técnica de paleada y la eficiencia en el bote, mi entrenamiento no había sido en ríos. Ya el día previo, durante la sección de carrera de montaña y luego de perderme varias veces y pasar trabajo en los cruces de río, me había dado cuenta de lo importante que era la especificidad en esta carrera.
Llegamos al punto de desmonte. Había que correr casi un kilómetro en tierra y cruzar un puente para dejar la bici y llegar a la zona de transición en el río. Había gente corriendo descalzos o en medias, otros con los zapatos de ruta (afortunadamente yo andaba con los de la montañera), otros que se llevaron los de goma en el maillot y se sentaban en el piso a cambiarse.
La transición fue nuevamente impecable, gracias a mi equipo de apoyo. Comí, me disfracé de kayaquista y salí a remar 67 kilómetros río abajo. Luego me contaría Mayde que, a diferencia de las demás transiciones, yo no andaba con muy buenos ánimos. Creo que, luego del drama con el peto y una etapa de ciclismo no tan fluida, lo que quería era salir a remar de una buena vez. Jack luchó un poco con la cubrebañeras alquilada. Como era nueva, no estaba lo suficientemente estirada y costaba un mundo colocarla.
Mucho tráfico al salir y, debido a la poca lluvia de las últimas semanas, el nivel del río estaba bastante bajo. Como a un par de kilómetros, comienza a haber mayor flujo pero se cierran los espacios para transitar. Se pone otro competidor a mi lado izquierdo y comenzamos a chocar remos. Se nos va acortando el espacio y le grito que reme hacia su izquierda porque íbamos a terminar en las rocas. Grité en vano y en cuestión de segundos, estábamos encallados. Habíamos girado 90 grados. Él tuvo que bajarse de su bote para sacarlo de las rocas y enderezarlo y yo tuve la "suerte" de que otro que venía a plena velocidad chocó con la punta de mi bote conforme yo iba alejándome de las rocas y me puso nuevamente en el curso del río.
Comenzaron los rápidos. Como era de esperarse, muchos competidores se voltearon. Suele pasar en esta carrera que hay personas que reman en botes veloces que no dominan del todo bien y terminan pasando mucho tiempo haciendo autorescates. También pasé gente con botes estables como el mío, pero que de igual forma habían logrado voltearse. Hasta vi un bote boca abajo, alojado en una roca a mitad del río y al respectivo competidor sentado en la orilla con las manos en el casco.
No es coincidencia que "Waimakiriri" se traduce del Maorí como Río de Agua Fría y ¡eso es exactamente lo que és! No era consuelo estar en verano porque, aunque el frío afuera no era excesivo, el calor causaba mayor deshielo y alimentaba así el río y hacía aún más honor a su nombre. Pronto lo comprobaría en piel propia.
Uno de los rápidos me sacudió, me puse totalmente de lado y parecía que ya era inevitable que entrara al agua. Pero tuve la suerte de que, ya de lado y prácticamente bajo el agua, la mano me chocó con el casco y se frenó ahí; como no había soltado la pala, pude aprovechar esa posición para hacer palanca y empujar en sentido contrario y ponerme vertical nuevamente, algo así como un giro esquimal, pero a medias.
(Un video que conseguí de una edición previa. Lo bueno comienza a los 2:00).
Seguí río abajo. Como en la sección de montaña el día anterior, hoy tampoco me iba bien al "leer" e interpretar la ruta. El Waimakiriri es un río trenzado y las opciones de vía son múltiples. Pensé, ingenuamente, que sería cuestión fácil y sólo me bastaba con aplicar el sentido común. Pero ya montado en bote, no se me hizo nada fácil. Opté por ir detrás de un grupo que, aparentemente, sabía lo que hacía.
Comencé a sentirme más seguro y apresurar el paso. Alcancé a otro grupo y me sentía bien. El color del agua, los acantilados, los paisajes...todo era impresionante, mejor de lo que me había imaginado o visto en videos y fotos.
Decidí que ya era hora de ir en búsqueda de otro grupo y traté de pasar al pelotón acuático con el que iba. Sin embargo, la ruta se me hizo corta y no iba a poder terminar de pasar antes de otra serie de rápidos. Me pareció ver una opción por la derecha, cerca de los acantilados, y la inexperiencia, impaciencia y arrogancia, las pagué caro. Mi opción me sacó del camino y me llevaba directamente hacia los acantilados. No lograba controlar el bote y choqué de lado contra una gran roca y al agua fui a dar.
En el agua, afortunadamente, pude agarrar el kayac y la pala antes de que se me fueran río abajo. Traté de nadar hacia la orilla del lado izquierdo pero estaba muy lejos y se aproximaba una serie de rápidos más adelante. Así que me fui hacia el lado del acantilado. ¡No había orilla ni piedras sobresalientes!
Seguía río abajo y rumbo a los rápidos. Como pude, me agarré de un pequeño borde. Me pude salir del agua helada y poner las puntas de los pies sobre una especie de terraza, pero estaba de espaldas y no había espacio para voltearme. No sé cómo hice, pero logré sacarle el agua al bote y montarme.
Pero iba río abajo y de espaldas. La cubrebañeras, como temía, estaba demasiado ajustada. Si al salir a esta etapa, nos había costado un mundo ponerla entre dos personas, no veía como ahora, temblando del frío y con cansancio acumulado, iba a poder lograrlo antes de llegar a los siguientes rápidos. Tal vez, en retrospectiva, dramatice un poco el asunto, pero siento que finalmente encajó y logré dar la primera palada en el mismo instante en el que entré al rápido. Adrenalina a millón.
Era el kilómetro 42, según el Garmin, y todavía faltaba un buen trayecto. El resto de la remada no tuvo mayor novedad. Creo que voltearme me dio un poquito más de confianza, irónicamente.
Llegué a la zona de transición, feliz de haber terminado esta etapa. Veo al equipo de apoyo en la orilla. Al encallar el bote, un carajo que parecía jugador de Rugby me saca del kayac de un solo jalón, al extremo que me quedan las piernas flotando en el aire.
Mayde corre conmigo hacia la loma donde estaba la bici. Sólo quedan 70 km de ciclismo. Lo único que sé de la ruta del ciclismo es que suele haber bastante brisa en contra y que es relativamente plana.
La primera media hora ando solo. Paso a unos 2 ó 3 ciclistas pero van a un ritmo distinto; hay familias a lo largo de la carretera haciendo parrillas o simplemente animando. Justo cuando me estaba autocongratulando por mantener un buen paso a pesar de tener el viento en contra, me pasa un ciclista a muy buena velocidad y me grita (traducido al español de Venezuela): "¡Pégate si puedes!"
Así fue. A los minutos, ya cuando estoy estable con el nuevo paso, me le pongo al lado y le digo que es una máquina y que si me le pongo en frente lo voy a frenar, pero que igual lo iba a intentar. Me responde que él está haciendo la carrera en equipo y que yo ya había hecho el trabajo. "Just hold on as long as you can and enjoy the ride!"
Pasaron 10km, 20 km, 30 km, 40 km y ahí seguía. En la pantorilla el amigo lucía un tatuaje del Ironman de Kona, el campeonato mundial, y al menos tres años distintos tatuados. Por mi lado, lucía mi gran lipa, cero tatuajes ni victorias y más bien luchaba a duras penas por seguir a rueda. A veces pensaba: "Hasta aquí llegué; este pana me va a fundir" pero seguía ahí a unos 6 ó 7 kilómetros por hora más rápido que cuando estaba solo y más o menos con las mismas pulsaciones.
Comenzamos a atravesar Christchurch. La policía está en los cruces y semáforos asegurándose de darnos paso y parar el tráfico. Sin embargo, nos paran en un semáforo y, cuando arrancamos, pierdo la rueda. Veo a este pana ahí mismo; aprieto pero ya no me queda nada. Dos días de carrera pasan factura y no tengo aceleración. Lo veo cerca, pero no logro cerrar la brecha.
Al rato alcanzo a dos ciclistas más. Trato de organizar para que trabajemos juntos a pesar de ser de la misma categoría, pero se niegan a pasarme o turnarse al frente. ¿Será que no saben que si los 3 trabajamos juntos llegamos más rápido? Ellos se quedan contentos a mi rueda.
Vemos los letreros que dicen "Sumner". Ahí está, finalmente, la otra costa, la costa este de Nueva Zelanda. Uno de los chamos se digna a pasar y apretamos el paso. Finalmente, sin saber exactamente a cuánto está la llegada, lo dejo ir. Pero resulta que la llegada está ahí mismo.
Suelto la bici y corro unos metros por la arena. Me reciben Steve Gurney, 9 veces ganador de esta carrera y Robin Judkins, quien organiza esta iconica carrera desde hace 29 años. El narrador dice mi nombre y país. "Venezuela? We've never had anyone from Venezuela before!"
El día anterior salí desde la costa oeste y luego de correr un poco, remar otro tanto y rodar por aquí y por allá, llegué a la costa este de este precioso país. Se acabó esta gran experiencia y deja un inmenso aprendizaje.
(243 kilómetros después)
Era un sueño cumplido y el fin de una etapa de mi vida. Mayde y yo recorreríamos Nueva Zelanda un mes más. Y, luego, cruzaríamos el charco hacia Australia para echar raíces y es desde Brisbane donde escribo este relato antes de que se me olviden los detalles.
Se pasa esta página, pero el libro queda abierto. Luego de lograr un poco de estabilidad en este nuevo destino decidiremos qué nueva aventura emprender. Por aquí sobran. Sin embargo, el reto más grande ahora poco tiene que ver con los deportes. Nos toca reajustarnos, adaptarnos y posiblemente reinventarnos. Comenzar de nuevo...Otra vez.
¿Y ahora qué?
Félix