martes, 20 de mayo de 2014

24 horas y 12 minutos

Esta es la reseña de dos carreras: Las 24 horas de Hidden Vale (ciclismo de montaña) y el Mount Coot-Tha Challenge (110km de ciclismo de ruta). Los protagonistas son los mismos, pero esta vez cada uno por su cuenta.

Mi cuento de las 24 horas comienza casi un mes antes de la carrera en sí. Es que se acumulaba el drama y la incertidumbre. Sin bicicleta, sin equipo de apoyo y sin el entrenamiento necesario, todo se veía excesivamente cuesta arriba.

A un par de semanas de la carrera, en vista de tanto rollo, ya no quería competir. Mandé un correo electrónico al organizador explicándole un poco la situación y pregúntandole si había posibilidad de retirarme a estas alturas. Me dijo que lamentaba mucho que no participara y que por su parte no había problema, que tratara de solventar y si no lo lograba, pues me reembolsaba la inscripción.

Poco a poco las cosas se fueron enfilando. Gustavo, quien ya se había ofrecido antes, se reunió con nosotros y planificamos juntos cómo nos íbamos a organizar. ¡Prácticamente sacrificó su Semana Santa con su familia para unirse a esta locura! En cuanto a la bicicleta, pues no fue sino hasta el jueves (dos días antes de la carrera) que probé la nueva bicicleta que tuve que comprar a última hora (Tarkus, como el cachicamo metálico de ELP). Con el drama solventado, ya lo único que quedaba era competir. En realidad, con un preámbulo tan gris, me parecía que lo más fácil de todo iba a ser montarme en la bici desde el mediodía del sábado hasta el mediodía del domingo.

Nunca había hecho una carrera de ciclismo de 24 horas, pero no era la primera vez que hacía un evento largo. Mientras más se acercaba la carrera, mayor era la curiosidad por ver qué iba a pasar.

Gustavo, me daría cuenta a lo largo de esta aventura, no es una persona que hace las cosas a medias. Estaba mejor preparado y sabía más acerca de este tipo de carreras de lo que yo pudiera imaginar. El pana había indagado, leído y --lo más clave del asunto-- entendido a plenitud el evento y venía dispuesto a dar lo mejor de sí. Mayde, por otra parte, me conoce mejor que nadie y, como atleta, sabe bien por lo que yo pudiera estar pasando y qué pudiera estar necesitando. Bárbara y Oscar pasarían antes del amanecer del domingo para prestar un valioso apoyo ya avanzada la carrera.

A las 12 del mediodía arrancaban las 24 Horas. Inicialmente, la ruta me pareció durísima, el calor insoportable y la bicicleta nueva incómoda. Sabía que algo no estaba bien. Hasta en las partes menos complicadas sentía que iba incómodo. Termino un par de vueltas más y sigo sin entender por qué me siento tan mal. Peor aún, por el calor, me estaban dando calambres en las pantorrillas. Llego a la zona de transición y simplemente le digo a Maydelene que no me estaba divirtiendo. Todavía era de día y ya estaba en mal estado anímico y físico.


(Con Tracy, ganadora de su categoría en las 24 horas)

Se hace de noche y luego de una parada un poco larga para cenar e instalar las luces, decidimos ir donde el mecánico de la carrera. Yo sabía que el terreno era difícil pero sentía que la bicicleta no me respondía. Revisan la suspensión delantera. ¡Resulta que estaba en 115 libras de presión, cuando lo que me corresponde por mi peso era aproximadamente 75 libras!

El cambio fue del cielo a la tierra. Llevaba como unas 9 horas de carrera y me dolía de todo, pero el cambio anímico fue total. Comencé a disfrutar estar prácticamente solo en el recorrido. Los competidores estábamos todos distanciados y algunos se habían acostado a dormir o hacían paradas más largas. En un momento alucinante, veo como un kanguro brinca a mi costado un rato, luego acelera, cruza justo en frente de mí y sigue brincando por el otro lado de la ruta.

Me acordé de algo que había leído o escuchado en algún momento: "Hay que hacer las paces con el dolor". Me daba cuenta que no iba a sentir menos dolor, pero algo me decía que tampoco mi condición iba a empeorar. Tal vez mis vueltas nocturas fueron más lentas, pero fueron los momentos más estables anímicamente de la prueba. Cada vez que pasaba por el campamento, Mayde y Gustavo se ponían de pie, me daban comida o electrolitos, revisaban la bici y me despachaban rápido. Y, cada vez que estaba en los puntos más distantes de la ruta, me entusiasmaba por avanzar para pronto poder compartir con ellos un par de minutos.

Hubo luna llena toda la noche pero, de repente, desapareció. Hizo un poco más de frío. Creo que bajé el paso un poco. Luego ocurrió un episodio que no estoy seguro si lo soñé o si realmente sucedió: me bajé de la bicicleta en la parte plana y comencé a caminar sin motivo alguno. Todavía no sé si en realidad pasó o no. ¿Será que me quedé dormido un par de segundos y lo soñé? Ni idea.

Seguí en esa misma vuelta, pero me molestaba que la luz ubicada en el casco y la que llevaba en el manubrio se cruzaran y perdía el enfoque en la ruta y hasta me mareaba. Sentí que me ponía visco momentáneamente. Mi ritmo se deterioraba. Así que decidí parar. Eran las 5:40 a.m.; ya tenía casi 18 horas en carrera. Llegué al campamento y le pedí al team que me despertara a las 6 a.m. o tan pronto vieran que saliera el sol y me lancé en una camilla que teníamos en el campamento. Tal habrá sido mi estado que le pasé por un costado a Bárbara y Oscar, quienes habían venido para apoyarnos, y ni los vi.

¡Fueron los quince minutos más valiosos de la carrera! Me levantaron y justo comí, tomé café y salí muy motivado. La parada cuadró perfectamente porque me acosté a oscuras y me levanté con los primeros rayos de luz. Es cómico cómo se pierde la perspectiva, pero estaba contento porque faltaba "poco" (unas 6 horas más). En algún momento de esa vuelta, será por el cansancio o la falta de calorías, me emocioné mucho; estaba feliz por lo que estaba haciendo, contento de vivir en un país en el que hacer este tipo de locura no es cosa de otro mundo y agradecido por tener a gente tan valiosa sacrificando  una noche sin dormir por un capricho mío.

Llego a hacer una de mis últimas vueltas y me dicen que estaba peleando el quinto lugar en mi categoría. Hasta ese momento, nunca habíamos hablado de puestos. Mi meta era hacer 12 ó 13 vueltas y ver si podía tal vez infiltrarme entre los primeros 10 de los 16 inscritos en mi categoría.

¡Al fin, terminé haciendo 16 vueltas (259 kilómetros) y quedando en el tercer lugar de mi categoría (12 en la general)! Fue una gigantesca sorpresa y, definitivamente, no hubiera sido posible sin un magnifico equipo de apoyo. Muchas gracias a Mayde, Tracy, Bárbara, Oscar y Gustavo por compartir conmigo esta gran aventura.


Un par de semanas más tarde, le tocaba a Mayde competir. Iba a participar en un evento de ciclismo de ruta de 110 km, pero en la cual sólo 2,2 km constituirá la carrera como tal. Es decir, rodaban socialmente toda la distancia pero sólamente cronometraban la escalada a Mount Coot-Tha, una corta pero empinada e icónica cuesta.

Era la semana de la bicicleta en el estado de Queensland y se había organizado todo tipo de evento para celebrarla, desde seminarios sobre técnica en montañera y ruta, presentación de películas, rodadas organizadas, carreras de ciclocross hasta foros para promover el ciclismo como medio de transporte y diversión familiar. El lema era: "Eat. Sleep. Ride. Repeat."


(Mayde y Tracy en el Mt Coot-Tha Challenge)

El gran cierre justamente era el Mt Coot-Tha Challenge en el que participaba Mayde. La acompañé hasta la salida, en la que se juntó con varios de nuestros compañeros de rueda entre semana, entre los cuales estaba la admirable e incansable Tracy...¡Sí, la misma que había ganado su categoría en las 24 horas dos fines de semana antes! Me cuenta Mayde que la rodada estuvo bien organizada y que hasta hubo varias paradas. De hecho, hasta les tocó montarse en una especie de ferry para cruzar el río.

En cuanto a la subida, le fue de maravilla (12:01 minutos). ¡Pudo mejorar su tiempo en casi 30 segundos y, para sorpresa de todos, ubicarse en el tercer lugar de su categoría! Un gran logro que me llena de orgullo.


(Esperando el Ferry en pleno evento)

Luego de estas dos tremendas satisfacciones caímos enfermos los dos. Nada grave, sólo los pestones típicos que a veces vienen con el cambio de temporada. Ahora recuperados, no tenemos ningún otro reto deportivo a corto plazo pero sí una nueva aventura.

Desde hace años, cuando nos planteamos rehacer nuestras vidas fuera de Venezuela, lo hicimos con ciertas metas en mente. Varias se han distorsionado y otras se han reajustado, mientras que algunas están más claras que nunca. Si bien los cronometros de nuestras respectivas carreras se detuvieron, el mío a las 24 horas y el de Mayde a los 12 minutos, el tiempo para concretar nuestros planes extradeportivos sigue transcurriendo, estemos listos o no, se den las condiciones ideales o no.

Félix 

miércoles, 30 de abril de 2014

8 1/2

"La vida puede ser una comedia o una tragedia. Todo depende de cómo la veas". Woody Allen, Melinda y Melinda.

Nunca tuve la capacidad de análisis como para ser un indiscutible conocedor del buen cine. Por ello, tengo una relación de amor y odio con las películas de Fellini. Algunas me parecen las más geniales que existieren y otras no logran mantenerme interesado por mucho tiempo. Culpa de mis propias limitaciones, sin duda.

En fin, llegué a Fellini por mi afición a las películas de Woody Allen. En ambos directores/guionistas ciertos temas suelen repetirse y, si bien se puede decir que el italiano precede al estadounidense, me quedo con éste último. Qué se diga lo que fuere, sea cierto o no, sobre su vida personal, Woody es un verdadero genio. Hasta de sus peores películas, como la que incluye la cita que abre esta entrada, queda algo.


Del "8 1/2" de Fellini, no obstante, me quedo fascinado con la facilidad en la que se confunde la realidad con la fantasía. Pero, sin duda alguna, lo que más me impresionó de esa película fue la genialidad del director italiano en crear una obra cuyo tema central era la incapacidad del protagonista, irónicamente un director de cine, en justamente sacar adelante una película ante un vacío emocional y creativo. Era precisamente lo que se le criticaba al mismo Fellini en esa época y, pues, respondió con magna obra maestra sobre la limitación que sus críticos le achacaban. 

Así, entonces, con perspectiva cuyo enfoque continuamente se ajusta y desajusta, seguimos Mayde y yo en esta aventura de acoplarnos a una nueva vida en un nuevo país. Ha pasado ya un año y, entre fantasía (las metas trazadas inicialmente) y realidad (los pocos logros momentáneamente alcanzados), llegaron las fechas de nuestras respectivas carreras deportivas, las primeras de 2014.

8...

Llegábamos tarde, justo acabándose la luz natural. Me bajo del carro y apresuradamente busco la bici. Mientras tanto, un equipo de apoyo de lujo (dos ingenieros y un arquitecto) fusiona sus neuronas para garantizar que mi campamento y demás asuntos pre-carrera estén al punto.

A mitad del camino me quedo sin luz. Es que salí con prisa, pero mal preparado, a hacer una vuelta de reconocimiento del circuito y sólo llevé la luz de repuesto y no la principal. Espero que pase otro corredor y me le pego atrás para tratar de aprovechar sus luces. El pana, mucho más talentoso que yo, lleva un paso fenomenal. Logro aguantar un poco pero iba al margen de mi ritmo. Lo último que quería era fundirme antes de la carrera. El evento, llamado LunarC, era una carrera nocturna de ciclismo de montaña. Comenzaría a las 10 p.m. y terminaría a las 6 a.m. Había que hacer la mayor cantidad de vueltas a un variado y exigente circuito de 10 kilómetros durante 8 horas.

Finalmente, llego al campamento base, tomo una buena cena y ahí mismo me acuesto a dormir un par de horas. Mayde, Jen y Alex han hecho un gran trabajo en tener todo listo mientras yo daba golpes por ahí en esa vuelta de reconocimiento.

Se dan las 10 p.m. y finalmente arranca la carrera. Me ubico más o menos a mitad del grupo, pero el paso es rápido y el camino cerrado. Por más medido que quería ir, siempre tenía a alguien atrás, esperando pasar y terminaba yendo un poco más forzado de lo que quería.

Las primeras vueltas pasan rápido. Nunca había hecho un circuito tan fuerte en una carrera larga. Finalmente, en la tercera vuelta, comencé a bajar la guardia. Tres caídas tontas y una vuelta más lenta que las dos previas. Resulta que no estaba usando mis luces a plenitud y la suspensión trasera de mi vieja Specialized había perdido el aire totalmente.

Como a las 4,5 horas, me paro a comer, reponer el aire de la suspensión y cambiar las pilas de las linternas. El equipo de apoyo estuvo perfecto y, tal cual como en una parada de pits de Fórmula Uno, salí recargado a seguir en la ruta. Las sensaciones eran buenas y el ritmo constante.

A pocas horas de terminar el evento, saco cuentas y veo que no voy a lograr hacer una vuelta más por falta de tiempo. Tenía que llegar unos minutos antes y la falta de condiciones y el cansancio acumulado no iban a permitir que los recuperara.

Llego a hacer lo que sería mi última vuelta. Como algo, recargo el aire de la suspensión nuevamente, dejo las luces y me pongo mi maillot de Venezuela. Lo que estaba haciendo yo no era ninguna hazaña. En cambio, en Venezuela, la gente luchaba por salir de una pesadilla aparentemente sin fin. Eso sí es resistencia y eso sí es coraje. Crucé la meta con ello en mente.

Terminé contento, sin mucha energía pero entero. Logré un totalmente inesperado séptimo lugar en mi categoría y once vueltas en un circuito bastante exigente. Todo resultó en un gran aprendizaje que será súper útil. No me imagino, sin embargo, hacer el triple de la distancia, pero justamente ése será el próximo reto: las 24 horas de Hidden Vale.



...y medio.


Una semana después de mi carrera, Mayde volvía a las competencias después de lo pasado a finales del año anterior. En esta oportunidad correría 21,1 km. Era otra carrera bastante peculiar. Al contrario de la mía, ésta comenzaba de día pero terminaba de noche. Salían de la Universidad de Queensland, cruzaban el río un par de veces, les caía el atardecer y terminaban en la pista.

Mayde entrenó sin presión los meses previos. La idea de hacer esta carrera era simplemente tener algún evento que la mantuviera entrenando pero que no fuera algo demasiado importante ni estresante. Así que se preparó diligentemente, pero sin bombos ni platillos. Había todavía mucha incertidumbre sobre cómo reaccionaría su cuerpo.

Obviamente, no queríamos que se repitiera lo de su última carrera, en la que terminó en el hospital durante 5 días. El plan era que mantuviera su mejor paso pero que no llegara a sus límites porque todavía su condición cardiaca, si es que la tiene, sigue sin diagnóstico y ella continúa con un incómodo implante incrustado en el pecho (monitor interno).

Oscar, Gustavo y Mayde se alinearon cerca del área de partida. Eran tres venezolanos: Para el primero sería una nueva oportunidad de hacer la primera carrera que corrió al llegar a Australia y un paso más en su preparación para el maratón; para el segundo sería su primera vez en esa distancia; y para Mayde era una gran incertidumbre.

Pude verlos a los tres tanto en la ruta como en la llegada y, me atrevo a hablar por ellos, todos cumplieron sus metas.

Mayde me cuenta que se sentía muy bien e iba a un paso mejor del previsto. Pero por ahí por el kilómetro 12 ó 13, sintió un poquito de presión en el pecho y bajó el paso. Pudo haber sido algo mental o físico, no se sabe. El caso es que como en el kilómetro 17 ó 18 retomó el ritmo y terminó su carrera en buena forma.

¡Al final de cuentas bajaría casi 5 minutos de su mejor marca en esa distancia!  El cuerpo y la mente están donde deben estar y, yo, enormemente afortunado de compartir con ella todas estas aventuras.

"No hay final. No hay principio. Es sólo la infinita pasión de la vida". Federico Fellini.

La vida no suele ser como la pintan en el cine, obviamente. Pero es uno el que decide cómo la ve: tragedia o comedia, o un poquito de ambas. Seguimos buscando un mejor futuro, tambaleamos aquí y allá, a veces vemos la fantasía un poco lejos de nuestro alcance y muchas veces la realidad resulta siendo mucho mejor que lo soñado, pero a todas estas no dejamos de hacer las cosas que nos apasionan. En esta oportunidad, fueron 8 horas de MTB y 1/2 maratón.

Félix 

martes, 14 de enero de 2014

La elasticidad del corazón

"The heart is a very, very resilient little muscle." Woody Allen, Hannah y sus hermanas.

Absurdo. Imposible. Inconcebible. Incomprensible.

Mayde pasaba su quinto día internada en la unidad de cardiología. Finalmente, le darían de alta, pero sin diagnóstico ni respuestas concretas.

¿Por qué? ¿Cómo? ¿Y ahora qué? Nos íbamos a casa llenos de preguntas.

Parecía ya una eternidad, pero apenas unos días antes salimos a participar en otra carrera. En las semanas previas habíamos hecho la ruta de esa prueba unas 4 veces, 3 veces juntos y una vez cada quien por su cuenta. A pesar de ser un recorrido en asfalto, nos sentaba muy bien: una gran subida hasta la cima de Mt Coot-Tha y luego un largo y empinado descenso de aproximadamente 3 kilómetros. En los entrenamientos, ambos subimos bien, tal vez yo llevaba una leve ventaja, cosa rara realmente, pero en la bajada tenía que acelerar al máximo para poder seguirle el paso a Mayde.

El día de la prueba, conversábamos sobre estrategias. Yo le comenté a Mayde que al terminar la primera subida, iba a apretar un poco el paso hasta la subida principal y de ahí ver cómo iban las sensaciones. Ella quedó en que iba a hacer su propia carrera, que por lo general significa que en algún momento, avanzada la prueba, me iba a alcanzar.

Nos ubicamos mal en la línea de salida y tuvimos que zigzaguear para poder pasar a muchos que caminaban en esa primera subida. Una vez arriba, como planificamos, me adelanté a un buen paso. En la subida principal me sentí fuerte y bajé significativamente mis tiempos de entrenamiento. Un último empujón hasta el kilómetro 7 y luego para abajo. Iba bien, pero no descartaba que en la larga bajada Mayde me llegara. Si eso pasaba, pues cruzaríamos la meta juntos, como en tantas oportunidades previas. Después de un rato, dejé de esperarla y me concentré en pasar a los que tenía adelante. Así fue y mejoré el tiempo de entrenamiento en casi 5 minutos.

Mayde no me alcanzó en la bajada. Seguramente, tuve un buen día y ella uno promedio, pensé. Sin embargo, tenía certeza de que ella no tardaría. Pasaron un par de minutos y nada. Pasó el tiempo que hicimos en entrenamiento y nada. No sabía qué hacer. Algo andaba mal. La gente llegaba en masa y nada que venía Mayde. No quería desesperarme, pero estaba preocupado.

No pregunté a la organización porque todavía venía gente bajando de la montaña. Me acordé que, al inscribirnos en la prueba, nos pusimos mutuamente como contacto de emergencia pero ninguno cargaba el teléfono consigo. Me fui corriendo a la casa (a tan sólo 1,5 kilómetros de la llegada de la carrera) para buscar el móvil. Una vez en casa, me llama Óscar, un amigo venezolano, cómplice en esto de hacer carreras. Me dice: "Chamo, vente para acá que Mayde no está bien". Inmediatamente, me la pone y con un tono bastante inusual ella me dice, "Me siento rara. Esto no es normal. Estoy asustada".

Corrí nuevamente hacia el sitio del evento. No quería pensar; sólo corría, incrédulo. La mayoría de la gente se había ido. Sólo quedaban 2 ambulancias. En una de ellas estaba Mayde, pálida y con los labios morados. Hemos pasado por muchas aventuras, carreras de varios días, ultramaratones, etc. Hemos llegado a nuestros límites de fatiga antes, pero nunca la había visto así. El recorrido era duro, sin duda, pero era una carrera corta y estábamos en relativamente buenas condiciones, además de haber hecho la ruta unas 4 veces antes. Me senté en frente y arrancamos en la ambulancia, mientras la paramédico me contaba lo que sabía: Mayde se había desmayado. Al volver en sí, no podía ni decir su nombre.

Llegamos al hospital y la llevaron directamente a emergencias. Ahí estuvo un rato mientras le hacían algunas pruebas. Pudimos conversar un poco y ella volvía a sonreír y trataba de reconstruir los hechos. Cuando se calmó la situación, salí a conversar con Óscar, quien nos brindó un gran apoyo en toda esta situación. Además él, por experiencia propia, sabe cómo manejarse ante este tipo de eventos.

Hablamos unos minutos y luego entré nuevamente a emergencias. ¡Otra vez, todo se volvió un caos! Enfermeras corriendo de un lado para otro. Cuando apenas me pude asomar, vi a Mayde conectada al oxígeno y con la mirada perdida. Me dicen que nos vamos directamente a cardiología porque Mayde tiene dolores agudos de pecho. En el ascensor, había un silencio de esos aterradores. Apenas se abren las puertas, Mayde comienza a vomitar. ¿Qué es esto? No entiendo nada. Hace un par de minutos nos estábamos riendo, de lo más normal.

De esa misma habitación compartida, no se movería durante los próximos 5 días. En las pruebas de sangre, aparecía una enzima elevada, que es consistente con daño cardiovascular. Aunque Mayde estaba en sus sentidos y, después de un rato, lucía recuperada, optaron por internarla para poder practicarle todas las pruebas in situ, en vez de traerla como paciente ambulatorio. Por ser la salud pública en este país, a veces las esperas en calidad de paciente externo suelen ser largas.

Yo no comprendía mucho y me costaba atar cabos. Yo pensaba que tal vez pudiera ser deshidratación, golpe de calor, fatiga acumulada, etc., a pesar de ser una carrera que (sin ánimos de pedantería) no era gran cosa para todo lo que hemos hecho deportivamente en el pasado. No tenía sentido. Mucho menos que algo le pudiera pasar a ella. En serio, si hay alguien que sufre más en las carreras, suelo ser yo. Pero la doctora insistía en llevar los estudios a fondo y bastó una sola frase para convencernos a ambos: "Alguien con sus condiciones físicas que presente este tipo de cuadro pudiera estar en riesgo de muerte súbita."

A partir de ese momento, nuestra actitud cambió. Le hicieron pruebas de contrastes, angiografías, electrocardiogramas, pruebas de esfuerzo, etc. Hasta le hicieron una prueba, cuyo nombre se me escapa, en la que artificialmente le causaban una arritmia, con alguna especie de agente tóxico, en un ambiente controlado para ver cómo reaccionaba su corazón. Imagínate que te digan: "Bueno, ahora te envenenamos un rato para ver si el relojito aguanta y, cualquier cosa, aquí hay un tipo que te trae de vuelta del más allá con un par de descargas eléctricas si hace falta". Ella, valiente, aguantó todo. Yo pasaba mañanas y tardes con ella, pero en las noches me tocaba irme a casa. El único pensamiento que me ayudó para que no fueran peores las noches fue el saber que pronto le iban a dar de alta y que, aparentemente, estaba fuera de riesgo.

Descartaron de todo. Desde condiciones específicas que presentan los deportistas hasta posibles enfermedades congénitas. Finalmente, la decisión fue colocarle un monitor cardiaco subcutáneo, es decir, un implante del tamaño de una memoria de USB que va a registrar durante 3 años el comportamiento de su corazón. Cada 27 días se renueva la memoria del aparato, al cual afectuosamente bautizamos "la cajita negra", y no se le da seguimiento, salvo que ella sufra otro síncope. En ese caso, al volver en sí, ella debe pulsar un botón en el activador (otro aparato, esta vez afortunadamente externo) que debe cargar consigo en todo momento. De ahí, habría que ir a cardiología nuevamente para que descifren qué le pasó y esa lectura les ayude a llegar a un diagnóstico. No es preventivo, ya que aunque va internamente no está conectado a nada.

Salió del hospital y pasó una semana antes de que le colocaran el implante. Corrimos por el sitio donde se desmayó. Apenas le faltaban 3 kilómetros de bajada. Ella se acuerda que venía viendo a un par de chicas ya al final de la subida. Pensó en alcanzarlas antes de la bajada, pero luego optó por seguir a su ritmo y tratar de "agarrarlas en la bajadita". Iba a un paso controlado. Eso fue lo último que se recuerda. A los pocos días, contacté al corredor que la asistió inicialmente, pues ella se acordaba de su número de dorsal. Me cuenta que Mayde iba bien y de repente se comenzó a ir de lado, se torció el tobillo y, posiblemente golpeó la cabeza (nunca se le detectó golpe en la cabeza pero sí tenía el tobillo inflamado). Se paró y dijo que estaba bien, pero luego se volvió a "ir". Le ofrecí a Sean tomarnos unas cervezas y brindarle la inscripción para su próxima carrera, pero amablemente declinó y me dijo que "Es la forma australiana de ser, hacer lo correcto y ayudar a los demás". Le agradecí enormemente.

Finalmente, llegó el día en el que le pondrían el implante a Mayde. Iba a ser una operación ambulatoria y se quedaría el resto del día en observación. De ahí, en un par de semanas podía retomar sus actividades como si nada. La doctora sabía que el deporte era parte de su vida e hizo mucho énfasis en que le colocaría el aparato en el lugar que menos le estorbara y que debía volver a su rutina gradualmente.

Entró entonces al quirófano. Era cara conocida en el departamento. Me imagino que en cardiología no suelen ver a muchas personas jóvenes o por lo menos no muchas que practiquen deportes de resistencia. La trataron muy bien. De hecho, cuando ya van a comenzar la operación, le preguntan si quiere escuchar música. Les dice que sí y les pide AC/DC. En una escena un tanto surrealista, Mayde oye como suena un acorde estridente, seguido por la batería y comienza el coro "Oi, oi, oi, oi" y ve como se mueven las cabezas del personal médico uniformado en unísono con T.N.T de la mítica banda Aussie…"See me ride out of the sunset…" ¡Sólo en Australia!

La doctora nos afirmaba que tal vez su episodio fue algo fortuito, una serie de circunstancias que se juntaron inesperadamente y causaron el síncope, y que bien no pudiera volver a repetirse, pero lo mejor era darle el seguimiento necesario, especialmente por el hecho de que no se pudo llegar a un diagnóstico final.

Hoy, aproximadamente 2 meses después, finalmente tengo la tranquilidad para sentarme a escribir sobre esto sin tener un nudo en la garganta (bueno, por lo menos no un nudo tan grande como antes). Mayde ya ha vuelto a sus actividades, con el buen ánimo que le caracteriza. Su espíritu no flaquea. Yo sólo quedo como espectador, cada día más feliz de tenerla en mi vida y cada día con más energías para seguir concretando nuestros planes aquí en nuestro nuevo destino.

Lamento no haber podido mantener mejor al tanto a toda la familia y amigos en Venezuela, España, Perú, Estados Unidos, Argentina, Aruba y todos los lugares donde se encuentran nuestros seres queridos. Fueron momentos tensos y, tal vez, yo no sea tan fuerte como trato de aparentar. Le doy gracias inmensurables a las personas que nos han apoyado acá (si leen esto, pues ustedes saben bien quiénes son y de nosotros sólo pueden esperar el mismo apoyo y cariño).

Como comencé esta entrada con una cita célebre, la terminaré con otra: "La vida es como andar en bicicleta: Para mantener el equilibrio, hay que seguir en movimiento" Albert Einstein. 

Pues, seguimos en movimiento, juntos.

Félix